PERSONAJES TÌPICOS DE NUESTRAS CALLES CHILENAS

PERSONAJES TÍPICOS


Descubre en esta sección a los diversos personajes que hacen de Chile un país lleno de identidad, picardía, tradición y raíces.
Hablamos de personas muy sencillas que practican oficios o actividades que son identificadas como parte de la cultura chilena.
Del campo, la montaña, el mar y de la ciudad son seres que están llenos de historia y tradición.




Mimos
Humor Sin Palabras







Los rostros blancos de los mimos se han hecho cada vez más familiares entre los chilenos. Varias son las esquinas en las que estos personajes provocan risas y carcajadas con su espectáculo. Pero, ojo, molestias y enojos también son parte de su actuación. Aquí puedes conocer la historia de uno de ellos.

¿A quién no lo ha molestado alguna vez un mimo en la calle? Si no ha tenido la (buena o mala) suerte aún, es cosa de que te acerques un poco a uno de ellos e inmediatamente éstos comenzarán a imitar todos tus gestos. Aunque en un comienzo puede que le dé un poco de vergüenza, después de un rato, el pudor se alejará y podrás empezar a reírte de buena gana.
Y si no quieres exponerte a las bromas del mimo, también podrás gozar de su show siendo testigo de cómo este personaje, que en los últimos años ha estado dando qué hablar en las calles de Santiago, despliega sus habilidades logrando hacer reír a carcajadas a su espontáneo público .
Con sencillez, creatividad y una rutina en que será importante la participación de la "víctima" del mimo, estos personajes se han tomado algunas esquinas de la capital y allí no sólo han dejado huellas de risa, sino también de enojo. Chile.com te invita a conocer la historia de uno de estos personajes de rostro blanco.
Alegre vocación
Pedro tiene 28 años y hace cinco que realiza diferentes rutinas de pantomima. Actualmente trabaja en la Plaza de Armas de Santiago e interpreta a un divertido ?clown? de los años 30, que con la cara pintada de blanco, ropas de llamativos colores y un pito en la boca se dispone cada día a molestar a todo aquel que se atreva a pasar por el ruedo de gente que se acumula a su alrededor.
Una maleta, unos anteojos descomunales y diferentes sombreros son parte de los elementos que Pedro utiliza mientras realiza su trabajo.
Este mimo ama su oficio. Y se nota. Nos confiesa que más que la plata que pueda entregarle un buen día de función, él prefiere la satisfacción que le produce ver reír a la gente.
?Desde pequeño me sentí atraído con la idea de ser mimo, no estudié teatro pero un amigo que lo hizo en la innovadora escuela de "La Mancha" me enseño el arte de la pantomima y de eso vivo hoy monetaria y espiritualmente?, cuenta.
La idea de instalarse en la Plaza de Armas a realizar diariamente su rutina surgió básicamente por la necesidad que sentía Pedro de entregar un poco de alegría y humor a los habitantes de la capital. ?Yo siempre he vivido en el centro de Santiago y me he dado cuenta de que esta cuidad está muy apagada, la gente se ve a veces muy cansada y decaída y pensé que hacía falta algo de chispa, mostrar la realidad de Chile, pero de manera graciosa.
Mi rutina contempla muchos aspectos y cosas que los chilenos no se atreven a hacer en público, pero con las cuales se sienten profundamente identificados y por eso se ríen tanto?, comenta entusiasmado.
En su trabajo, este personaje ha vivido experiencias muy gratificantes. Por ejemplo, nos cuenta que al igual que en los grandes centros comerciales, él también tiene clientes frecuentes: "Hay un caballero que viene todos los días y paga para que lo moleste, se ríe mucho y creo que lo pasa súper bien", cuenta.
Pero no todo han sido siempre maravillas, ya que Pedro también ha atravesado momentos difíciles. "El primer día que trabajé en la Plaza de Armas, un caballero cruzó por el ruedo, yo me puse delante de él, camine en cámara lenta y luego le obstruí la pasada, él se dio vuelta, me dio un golpe en el ojo y se fue.
No supe como reaccionar y me fui a mi casa. Al otro día no tenía ganas de salir, porque pensé que a la gente le molestaba mi trabajo... Lo bueno es que me animé, volví a las calles y me di cuenta que de 20 personas sólo a una le desagradaban mis intervenciones", cuenta aliviado.
Felipe es el nombre del ?clown? que representa. Es un payaso francés, que posee también una mezcla de mimo. Sus rutinas se basan en el absurdo y contienen elementos que él mismo le ha incorporado de acuerdo a una larga observación que ha realizado para saber cuáles son los aspectos que más llaman la atención a la gente.
Pero Felipe no es el único personaje que se esconde tras la interpretación de Pedro, ya que este actor también desarrolla a otro personaje: un niño de 8 años que es parte de un juego más sano e inocente, mientras que el payaso Felipe es un poco más atrevido y fuerte.
Pedro cuenta que en sus diferentes estilos, ambos le han caído bien a la gente. Y en realidad, el público goza mucho con el espectáculo de este mimo santiaguino. Y eso se refleja también en la cantidad de ofertas que ha recibido de varias personas para que se vaya a trabajar al extranjero.
?Muchas personas me han dicho que me vaya a Europa, que allá no se ve este tipo de humor callejero, se ven mimos clásicos, pero no con todos los elementos que manejo, pero irme es sólo un sueño. Además que creo que aquí hace falta el humor?, comenta.
Y Pedro concluye enfático: "La mejor terapia es la de la risa y una que es aún más efectiva es la capacidad de reírse de sí mismo. Así que la próxima vez que esté cerca de un mimo, no lo dude, acérquesele".




Vendedor de helados
UN ALTO EN EL CAMINO: EL CLÁSICO CHOCO PANDA






Los heladeros son la verdadera salvación en estos calurosos días. Especialmente bienvenidos son los que se suben a las micros a ofrecer sus variedades más caseras. Aquí te invitamos a conocer el oficio del clásico "Choco Panda".

Viajar en micro durante el verano puede convertirse en ocasiones en una verdadera tortura. El calor que impregna los asientos se siente más feroz en la medida en que se avanza cada cuadra. Es en esta realidad, cuando para alegría de todos, aparece de pronto al lado del cobrador automático alguien que podrá ofrecer una alternativa, que al menos, nos refresque por algunos minutos: el clásico vendedor de helados.
Con el típico grito que los ha hecho famosos ?Choco Panda a $100?, se deslizan por el pasillo de los microbuses tentando a todos los pasajeros con ofertas convenientes y variadas que albergan al interior de sus cajas de plumavit. Los helados de agua son los más cotizados, en especial los sabores de piña, manzana y mora. Luego vienen los rellenos con crema cubiertos de chocolate, naranja o frutilla.
La experiencia de un heladero
Cristián tiene 18 años y por una razón muy sencilla se decidió a vender helados en la locomoción colectiva en esta temporada estival: no encontró trabajo en ninguna otra parte.
?Mi hermano era heladero y al ver que yo no encontraba pega, me aconsejó que saliera a vender helados. Me dijo que me podía ir bien y que además me iba a entretener caleta?, cuenta.
Le hizo caso y comprobó sus buenos presagios. Lo pasa muy bien e incluso comparte con nosotros algunas de sus aventuras: ?Hace un tiempo conocí a una rubia espectacular y siempre estoy pendiente de encontrármela en la micro. Trato de hacer coincidir mi recorrido con el de ella, porque es realmente rica?, cuenta con cara de enamorado.
El sector que escogió este joven para desenvolverse es Apoquindo entre las estaciones del metro Tobalaba y Escuela Militar, ?Yo antes había trabajado por aquí en un restaurante y en un supermercado, por lo que conozco el sector. "Es un buen perímetro porque aquí mucha gente al salir de sus trabajos compra su heladito?, comenta.
El dinero que gana no es una fortuna pero alcanza para las cosas básicas. El promedio fluctúa entre los $7.000 y los $8.000 diarios. "Eso sí cuando no hay muchos heladeros cerca", advierte. Esa plata la reparte: "A mis viejos les doy cuatro lucas y el resto es para mí. A veces trato de ahorrar, pero la plata se va altiro?.
Cristián sabe que este trabajo es momentáneo porque su verdadero sueño es estudiar arquitectura. ?Ya salí de cuarto medio y quiero entrar a la universidad. Y si no lo logro voy a poner mi propio negocio, voy a ser mi propio jefe y nadie me va a mandar?, asegura confiado en su futuro.




MALABARISTAS A LA HORA DEL TACO







Con atuendos que los distinguen desde lejos, los malabaristas de la calle entregan su alegría y habilidad a quienes quieran deleitarse mirándolos desde sus autos.

A eso de las siete de la tarde, cuando el calor aún no da su brazo a torcer y los tacos parecen interminables uno lo único que quiere es llegar pronto a la casa. Pero justo cuando dan ganas de dejar el auto botado en la mitad de la calle e irse caminando, aparecen unos simpáticos personajes que se han apoderado de las esquinas de Santiago y de cada semáforo con luz roja: los malabaristas de la calle.
Con trajes vistosos, nariz de payaso y un par de clavas inician su show: saludan al público, realizan su rutina, dan las gracias y pasan recolectando monedas, todo eso en un lapso récord de menos de 3 minutos, que es lo que habitualmente permanecen los autos detenidos. Entre luces amarillas y rojas repiten una y otra vez la rutina, la que busca alegrar las esquinas más concurridas de Santiago.
Juan y Angelo trabajan juntos hace dos semanas en Alcántara con Martín de Zamora. Hace cinco años aprendieron a hacer malabarismo. Lo lograron imitando a sus amigos, practicando mucho y yendo todos los fines de semana al Parque Forestal, en donde se congregaba la Agrupación de Malabaristas de Chile. Fue allí donde empezaron a desarrollar en forma intensa el gusto por las artes circenses, la misma que hoy utilizan como arma de trabajo.
Fue hace cinco meses que tomaron la determinación de salir a trabajar a la calle. ?Lo pasamos bien haciendo esto y también ganamos plata, que es la mejor combinación para realizar un trabajo?, cuentan.
A coro confiesan que les ha ido bastante bien y que trabajar en los sectores más altos de Santiago es una buena opción para hacer más dinero. ?En una tarde hacemos $10.000 para cada uno, cosa que no se puede hacer en otras comunas donde la gente no puede entregar más. Además acá tenemos la posibilidad de recibir hartas ofertas para ir a eventos o animar cumpleaños?.
Juan tiene 20 años y aunque este año quiere entrar a estudiar Topografía a algún instituto, no piensa en dejar de lado el malabarismo porque, y tal como él mismo sentencia, ?es parte de mi vida?.
Su familia lo apoya, incluso su madre cuenta orgullosa que tiene un artista en su familia y le encanta que su hijo se gane la vida en una actividad que entrega alegría a los demás.
Angelo (18) salió el año pasado del colegio, pero lamentablemente no le fue bien en la Prueba de Aptitud Académica por lo que decidió hacer un preuniversitario y rendirla nuevamente este año.
De todas formas seguirá desempeñándose como monitor de malabarismo porque cuenta que se siente realmente pleno practicándolo y también porque en su casa lo apoyan y le compran las ?clavas? para realizar sus malabares. ?Aunque no lo dicen expresamente, sé que les gusta que lo haga porque para la Navidad estuve en un evento en una empresa y me fueron a sacar fotos, creo que les gusta?, contó.
Ambos chicos reconocen que el trabajo circense ha llenado un rinconcito de sus vidas y se sienten felices y satisfechos de poder entregar a la gente un minuto de distracción en la hora más estresante y pesada del día, la hora del taco.


Musicos del metro
MÚSICA EN EL METRO






Verdaderos conciertos sinfónicos se pueden apreciar en ciertos rincones de la capital. Uno de ellos es en la entrada al estación Los Leones del Metro, donde hace ya varios años sus músicos interpretan a diario melodías que cautivan a los transeúntes.

Todas las mañanas, quienes tienen la suerte de pasar por la estación Los Leones del Metro, pueden disfrutar de un mágico sonido que sin duda, por unos segundos, los hará olvidar sus problemas y tomar nuevas fuerzas para el día.
Se trata de los conciertos ofrecidos por la Agrupación Musical de la Cámara de Santiago (Amucas), que todos los días se instala en este lugar a interpretar sus más delicados acordes. Su música se ha transformado en una tradición y son muchos los que acuden a este lugar especialmente para escucharlos.
Niños, jóvenes y adultos se toman un descanso sentados en el suelo o en un banco de la galería para deleitarse con las mejores sinfonías de los compositores más famosos de la música clásica. Esa música que, tachada de elitista, ahora se abre un espacio para que todos la disfruten en forma gratuita. Y es que en verdad impresiona escuchar en el Metro sinfonías completas.

Detras de los instrumentos.

Aquiles es violinista y hace aproximadamente ocho años que toca en este lugar. Comenzó tocando gracias a la invitación de un amigo, luego fue integrado a la agrupación Amucas y hoy no se ve haciendo otra cosa que no sea entregar su arte a quien lo quiera escuchar. ?La experiencia de tocar aquí es tan maravillosa que me volví adicto a hacerlo. Cuando estás dando un concierto en un teatro, en una ópera, o ballet te encuentras a 25 metros de la primera fila de personas, en cambio en el Metro, la gente está al lado tuyo, vibra junto a nosotros e incluso, llega un momento, en que la llegan a respirar a la misma velocidad de nosotros", nos explica.
Los integrantes de Amucas han optado por la estación Los Leones porque la acústica del lugar es buena y debido a que la gente que transita habitualmente por ahí sabe apreciarlos.
Pero les costó mucho obtener el permiso para poder presentarse en ese lugar: ?Nos costó años poder mantener ese espacio, ya que nos echaban continuamente. Para obtener el permiso le entregábamos a la gente un cuaderno en el que recogíamos sus opiniones acerca de la iniciativa y esos comentarios los hicimos llegar a las autoridades del Metro", cuentan.
Una historia plasmada en esos cuadernos los sorprendió e impactó muchísimo: "Una persona nos contaba que tenía intenciones de tirarse al paso del Metro, porque tenía tantos problemas que sólo quería morir. Sin embargo, esa persona escribió que cuando escuchó nuestra música se dio cuenta de que tenía otras cosas en la vida y finalmente no se mató".
Hasta diez músicos han llegado a integrar la orquesta instalada a la entrada de la boletería del ferrocarril subterráneo. Una verdadera presentación que día a día inunda la cotidianeidad con música hermosa.




ESTATUAS HUMANAS
ESTATUAS VIVIENTES






Muchos jóvenes se toman la calle para expresar una nueva forma de hacer arte que encanta a adultos y niños.

Caminar por las calles de Santiago puede traer sorpresas imprevisibles, pero encontrarse con una estatua humana que de pronto nos sorprende con sus movimientos, es algo realmente impresionante.
Este fenómeno se ha apoderado de algunos concurridos paseos peatonales del país y, en su mayoría, es protagonizado por jóvenes estudiantes de teatro que encontraron en esta expresión un verdadero sentido artístico.
Ellos son hombres y mujeres de distintas edades que cada día deciden disfrazarse, representar algún concepto, escoger un lugar concurrido, centrar sus miradas en un punto fijo y quedarse estáticos por largas horas hasta que algunas monedas arrojadas los devuelvan al movimiento, a la expresión y la vida.
Son pocos los segundos que dura este regreso a lo humano y únicamente la presencia de más monedas logrará que estas figuras repitan su hazaña. Los niños son los que más se impresionan con ellos, ya que al verlos tan estáticos dudan de que en verdad corra sangre por sus venas. Por lo general, piden a sus padres echar dinero una y otra vez porque sin la reiteración no es fácil creer en ese milagro.
Cada vez que las estatuas vivientes exhiben su trabajo entregan mucho de sí. Los motivan sentimientos como la sorpresa, la calidez y la alegría por este oficio, aunque paradójicamente muestran una postura seria y tranquila. Es el caso de Marcela, quien con 30 años se dedica de lleno a esta actividad.
Cuenta que desarrollar este arte no es tan fácil como llegar, pararse y mirar algún punto fijo, sino que es necesario pasar por un arduo trabajo previo que se logra con mucha práctica.
"Y antes de salir a la calle, es necesario darse un buen baño para estar realmente relajada, ya que tienes que estar muy incentivada, con muchas energías y ganas para entregar lo mejor de ti. Si estás decaída es difícil que logres hacerlo bien", explica.
Todos los días Marcela se para afuera de la Catedral en la Plaza de Armas, en donde los artistas han conseguido un permiso municipal para trabajar en la calle. Ahí se instala, completamente de blanco, simulando a una princesa salida de algún cuento. Un tarro a sus pies hace de recipiente para que los peatones depositen su aporte, el que muchas veces es reducido, pero para Marcela es suficiente para cama y comida, por lo que aún no siente la necesidad de dedicarse a otra cosa. ?Si llegara a tener la necesidad lo haría, pero soy feliz con esto y espero seguir haciéndolo siempre, no me gustaría que este arte muriera ya que costó mucho para que llegara a Chile y no tiene porque irse?, cuenta.
Sin embargo, no son estáticas las adversidades contra las que deben luchar estos artistas, ya que no sólo deben conseguir monedas suficientes para sobrevivir, sino que también dependen de las inclemencias de tiempo, el cansancio, la rutina y la frustración que genera el desgano de muchos peatones que pasan sin levantar la vista ante tal espectáculo.
Los niños son el público favorito de Marcela y ellos constituyen su mayor incentivo y desafío. "No los puedes defraudar porque ellos son verdaderos sabios, que incluso te enseñan más que un grande en ciertas ocasiones?, cuenta.
Marcela se siente feliz con su trabajo: ?Me gusta ser una estatua viviente y me gusta hacer teatro en la calle, porque aquí está el pueblo, la gente que valora lo que haces. No es necesario que la gente, cuando no tiene nada que hacer vaya y pague la entrada del teatro para verte. Acá el que quiere para un rato y te mira", describe.




FOTÓGRAFO DE LA PLAZA DE ARMAS: "PESCADOR DE SONRISAS"
PESCADOR DE SONRISAS




En plena Plaza de Armas, Carlitos da la bienvenida a todos los niños que quieran fotografiarse junto a diferentes animalitos, en el kilómetro cero de la capital.

Qué chileno no se sacó alguna vez una foto a caballito o junto a simpáticos personajes en la Plaza de Armas y guarda ese retrato en el cajón de los recuerdos. Hace más de 20 años este lugar alberga entre sus bancos y árboles a hombres que han visto pasar décadas frente a sus cámaras.
Generaciones tras generaciones han sido parte de esta costumbre que hoy, producto de los avances de las nuevas tecnologías, se está perdiendo.
Luis Maldonado, de 32 años, hace 10 que se dedica exclusivamente a sacar fotografías, al igual como antes lo hacían su padre y su abuelo. Él aprendió mirando y hoy este oficio se ha transformado en su pasión.
La máquina de cajón o ?Minutera? es su gran tesoro y es la misma con la que su abuelo captó a muchos rostros en décadas anteriores. Con orgullo, asegura que en Chile no hay más de 15 de ellas.
Entre sus adornos y recuerdos posee fotografías de los años 50 y le apena pensar que con el surgimiento de tecnologías más modernas e incluso desechables, la magia de la ?Minutera? se está perdiendo. Además, lo desmotiva el hecho de que por el mismo precio que él cobra por una imagen (entre $1.000 y $2.000) se puede revelar un rollo de 12 ó 24 fotos en un lugar en promoción.
?Hace cuatro o cinco años atrás esto era un boom, pero ahora hay que estar todo el día bajo el sol para lograr sólo una fotografía. Eso indica que el negocio está cada día peor. Para mí es aceptable hacer arriba de 10 fotos, con eso puedo subsistir y pagar mis cuentas, pero también entiendo que hay gente que prefiere guardar esa plata para comprar pan, por ejemplo. Lo malo es que no tengo un parámetro de cuántas fotos voy a sacar al día, por ejemplo, hoy puedo sacar 10 y mañana una o ninguna y no sé si voy a hacer la plata que necesito?, nos relata.
Luis ha sufrido grandes dificultades en su vida por el hecho de mantener viva una tradición y dedicarse con alegría a ella, aunque confiesa que si le ofrecieran trabajar en una revista o un diario como gráfico aceptaría a ojos cerrados porque de todos modos seguiría haciendo lo que más le gusta en la vida: fotografiar.
?He pensado dedicarme a otra cosa durante las noches y dejar el día solamente para trabajar aquí, ya que cuando se acerca el invierno me quedo muchos días de brazos cruzados. No vale ni la pena que salga de la casa en un día de lluvia. Es en esa época cuando peor me va, paso hambre y frío, tengo que pedir fiado, en fin, lo mismo que todos, sólo que algunos están mejor que yo y otros peor".
Al menos, la suerte cambia en la época estival: "En Navidad, es otra cosa, nos ponemos con un trineo y un Viejito Pascuero y nos va mil veces mejor", comenta con alivio.
Durante la remodelación de la Plaza de Armas, Luis se vio obligado a buscar otras alternativas, fue ayudante de panadero, cuidador de autos, vendedor en un negocio e hizo aseo. Pero apenas terminaron los trabajos, volvió a la plaza donde ahora tiene un lugar estable que le concedió la Municipalidad de Santiago.
Luis siente que es ahí donde está su historia y que todo lo que ha aprendido, lo ha hecho en ese lugar. Con chochera se define como un "fotógrafo de la calle" y cuenta una de sus proezas: "El otro día le saqué una foto a la Andrea Molina, nadie me dejaba, los guardias me empujaban, pero me las ingenié, y le pedí por favor, casi llorando que me dejara tomarle una foto. Después de un rato, ella sonrió y se la pude tomar. Sé que no lo hubiera logrado de no ser porque he aprendido a tratar a todo tipo de gente, sé cómo hablarles, qué decirles y cómo comportarme?, relata. Pese a esto, Luis cree que hubiese sido importante tomar un curso de fotografía, ya que hay muchas cosas que lamenta no manejar.
Aparte de los niños, muchos extranjeros pasean habitualmente por la plaza y llegan al puesto de Luis atraídos por la antigua cámara de cajón que tiene. Algunos le comentan que fuera de Chile tendría éxito, ya que en Europa no se ven cosas así. Él ha pensado en irse, pero el dinero no le alcanza para partir junto a toda su familia, por lo que ve muy lejana la idea de emigrar a nuevas horizontes.
Por ahora su deseo más próximo es que sus hijos se sientan orgullosos de él: ?aunque no fui una persona importante, traté de hacerlo lo mejor posible?.
Aunque no sabe si sus hijos seguirán la tradición familiar, ya que son muy pequeños aún, advierte que no le agradaría perder las costumbres que han identificado a su familia durante años, pero tampoco le gustaría que ellos pasaran por los mismos aprietos económicos que él ha pasado en este oficio.


RETRATISTAS DE LA PLAZA DE ARMAS: "EL FAMOSO LEONELL"
EL FAMOSO LEONELL








Hace ya bastantes años que un costado de la Plaza de Armas de Santiago se ha convertido en la calle de los artistas. Leonell es uno de ellos. Es retratista y su gran sueño es algún día ser reconocido y transformarse en un ejemplo para los niños.

Es impresionante la calidad de los retratos de cantantes y actores que, acompañados de una foto, dan fe de la habilidad del artista. Algunos lo miran con incredulidad, pero es cosa de acercarse a ver cómo dibuja para tener la certeza de que el trabajo es profesional y, lo que más sorprende es que es demasiado bueno para una persona que está sentada todo el día esperando que otros quieran retratarse.
Desde muy niño, Leonell Reyes sintió la inquietud de dibujar y pintar, cuando salió del colegio entró a estudiar Artes Plásticas con especialidad en dibujo y pintura. Tiene 30 años y hace ocho llegó a Chile, proveniente de Perú y desde el mismo día en que arribó a este ?afortunado país? como él lo denomina, se instaló en la Plaza de Armas, se adueñó de un espacio y comenzó a mostrar sus trabajos. Casi sin darse cuenta la gente se empezó a acercar y solicitar de su trabajo. ?Me gusta mucho este trabajo, porque me permite ejercer lo que he anhelado desde niño, y lo hago sin que nadie me obligue o que me esté observando para ver si lo hago bien, no tengo horarios, llego a la hora que quiero y me voy cuando me dan ganas, es un trabajo totalmente independiente? Leonell trabaja retratos al óleo, al pastel, carboncillo, dibujos y pinturas en general, dice que para ser un buen retratista se debe estar con los cinco sentidos totalmente lúcidos ? equivocarse en un paisaje pasa inadvertido porque es un paisaje, pero al cometer un error en un retrato, la persona que resulta en el dibujo deja de ser la que esta posando?.
El precio de sus obras depende de si es al natural o un encargo por foto, el primero tiene un valor entre $5.000 y $10.000 y es un trabajo instantáneo, mientras que un retrato por foto vale entre $10.000 y $20.000, ya que requiere de un trabajo más minucioso, de muchas más horas de dedicación. Además, según el mismo Leonell cuenta, el precio por sus trabajos depende muchas veces del mismo cliente, si está dispuesto a pagar un precio elevado no pone obstáculos, pero si no tiene cómo pagar se conversa. ?En fin, con la situación económica actual, no muchos tienen cómo pagar esto, pero tampoco puedo devaluar mi trabajo, mi única excepción es cuando una chica muy linda viene a mirar mi trabajo, la invito a salir, si no acepta, le hago un retrato gratis?.
Leonell sabe que lo que hace, lo hace bien, siente que la gente lo admira y valora su trabajo. En otras palabras, a Leonell le ha ido bien, y gracias a eso es que ha podido viajar por diversos países de Sudamérica, lo que para él es fundamental, ya que piensa que empaparse de las diferentes culturas, enriquece su trabajo. Conoce Panamá, Argentina, Colombia y Venezuela, pero su sueño es poder llegar algún día a Europa. ?Para mí sería un privilegio llegar a Europa, es mi sueño llegar a ser un pintor famoso como Joan Miró o Picasso a quienes admiro mucho, me gustaría ser como ellos, ser un ejemplo para los niños, y que las nuevas generaciones digan de mí lo mismo que yo digo de los grandes artistas?




LUSTRA BOTAS
BRILLOS QUE DEJAN HUELLAS






A pesar de parecer que tienen un oficio fácil, los lustrabotas no están exentos de complicaciones. Competencia, robos, niños y mujeres son sus principales dolores de cabeza.

Plaza de Armas de Santiago, 8.30 de la mañana. Al igual que hace 40 años, Raúl Fuentes llega a su lugar de trabajo. A pesar del ruido y del caminar acelerado de los transeúntes, instala su ?oficina? con toda tranquilidad, como si estuviese completamente solo.
Todos sus utensilios ya están perfectamente alineados sobre un paño rojo. Sentado en un pequeño banco con el delantal azul que una empresa le regaló, Raúl espera a su primer cliente.
Dos metros más allá se instala su colega Víctor Garrido, quien saluda con una sonrisa y le dice a Raúl que ahora sí que se van a volver famosos, a lo que éste contesta: ?No escuche a este viejo mijita, no ve que los años lo hacen decir leseras?.
Sin mucho trámite, un interesado se sienta en la silla más alta para que Raúl, un artista en su oficio, comience con su tarea, ya que como él mismo dice, ?lustrar zapatos es todo un arte?.
Con el pantalón arremangado y una fina cartulina alrededor del calcetín para no mancharlo, el dueño de los zapatos se acomoda en el asiento, mientras el lustrabotas le ofrece el diario del día, el cual le presta su amigo, el ?Gordo? que atiende el quiosco de la esquina.
Raúl comienza su ritual sacando el polvo de los zapatos con un cepillo, luego los baña con un líquido negruzco. Al preguntarle de qué estaba compuesto, se negó a contestar: ?La fórmula de este químico es un secreto pro-fe-sio-nal?, comenta, mientras se ríe y sigue su trabajo.
Por lo menos dos veces, sin escatimar betún restriega todo el calzado para después, con movimientos circulares, hacerlo relucir con una escobilla de finas cerdas. Finalmente observa su labor y, cuando se siente satisfecho, le da el último toque, frotándolo fuertemente con un paño de algodón.
?Trabajo terminado?, un par de brillantes mocasines se alejan del puesto, mientras el lustrabotas, arregla el letrero que dice: ?Tenga el mejor brillo en sus pies, por sólo 350 pesos?.
La infaltable competencia
En el sector hay varios lustrabotas, a primera vista parecen ser todos amigos, pero Vitoco (como llaman a Víctor Garrido) me advierte: ?Aquí nada es lo que parece, la competencia es dura. Pa? que le cuento los cahuines que se arman. Por eso aquí con mi compadrito (refiriéndose a Raúl) nos mantenemos callaitos no más. Es rico trabajar acá, porque hay harto que mirar. Lo malo es la competencia?.
Más de la mitad de los afiliados al sindicato de lustrabotas de Santiago trabaja en el centro y, aunque la mayoría está asociada a esta entidad, la rivalidad en el trabajo es inevitable.
?El gremio ayuda a conseguir empresas que nos cooperan con los materiales, a obtener la patente municipal y a conseguir lugares para guardar la silla de trabajo?, señala Vitoco, mientras ofrece sus servicios a quienes transitan por la Plaza de Armas.
Una de las cosas más gratificantes de esta ocupación es tener la oportunidad de conocer gente del ambiente público. ?Yo le he lustrado los zapatos de Fernando Alarcón y al ?Pollo? Fuentes?, se apura en decir Vitoco. Raúl tampoco se queda atrás en lo que a famosos se refiere: ?Yo he atendido a Nelson Acosta y al mismísimo Presidente de Chile, al Ricardo Lagos?, acota.
Una grata conversación sobre el clima o problemas políticos acompaña generalmente a este oficio. ?La conversa depende del cliente, aunque generalmente empiezo hablando yo. Si no me pesca, le ofrezco el diario y trabajo callado, no me queda otra. Pero yo prefiero a los que son más sociable, porque así se hace más entretenido el trabajo?, señala.
Gajes del oficio
A pesar de parecer un oficio fácil, ser lustrabotas no está exento de complicaciones. Robos, niños y mujeres son los principales dolores de cabeza del oficio.
?Hace tres años me robaron la silla de trabajo con todos los materiales adentro, por eso ahora la guardo en un negocio aquí cerquita?, explica Raúl.
Aunque ellos tienen mucho cuidado de no manchar los calcetines, según Vitoco, cuando el cliente es un niño, todo puede suceder. ?Al atender a un cabro chico, trato de trabajar los más rápido posible, pero se mueven tanto que debo tener cuatro ojos y cinco manos para no ensuciarlo. Y si lo llego a manchar me tengo que comer todo el reto de la madre. Personalmente, evito atenderlos?, indica.
Las mujeres presentan la mayor dificultad. No es que no nos gusten las damas, aclaran rápidamente los colegas. ?Es que lustrar los zapatos de una clienta con falda, es re complicado. Se mueven mucho para que yo no vea su ropa íntima o muestran todo y ahí, el incómodo soy yo?, concluye Vitoco, con una pícara sonrisa.